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Antes que “salvar” el planeta, vamos a “amar” el planeta… Esa es la lección primordial que ha aprendido Heike Freire al cabo de dos largas décadas como pedagoga y comunicadora y autora de Educar en verde (Grao) intentando transmitir a los profesores esa pasión contagiosa que llevan los niños en su propia naturaleza.
¿Qué es exactamente la pedagogía “verde”? ¿Es una nueva forma de enseñar centrada en la naturaleza o es algo más?
Se trata más bien de un enfoque educativo basado en la confianza, en la inteligencia innata con la que cada ser vivo está equipado. Los niños, niñas y jóvenes tienen dentro de sí todo lo que necesitan para crecer y desarrollarse plenamente. Las recompensas (pedagogía blanca) y los castigos (pedagogía negra) desorientan. La pedagogía “verde” propone a cambio un acompañamiento consciente de los procesos naturales de desarrollo, autoconcimiento y aprendizaje de los niños. El contacto con el entorno natural favorece ese reencuentro, la reconexión con nosotras mismas y con el planeta. La naturaleza es un espacio sabio y vivo del que nuestra especie emergió hace cientos de miles de años. Es a la vez madre y maestra. Nos ofrece experiencias que no tienen sustitutivo, especialmente en la infancia. Integrarla en la educación es empezar a construir esa transición ecológica que tanto necesitamos.
¿El medio ambiente debería ser pues una “nueva” asignatura?
Yo creo que debería ser una materia transversal, que empapara todos los demás conocimientos. Tendría que ser el eje de todo el edificio curricular. De un currículo mucho más concreto y flexible, donde cada cual pudiera construir su propia trayectoria. No tenemos mucha idea de lo que requerirá el mercado de trabajo dentro de diez o quince años, pero sabemos que necesitaremos buenas personas, buenos padres y madres, hermanos y vecinos atentos y solidarios… Que necesitaremos agricultores para producir alimentos locales, no contaminados. Biólogos capaces de reparar los ecosistemas que estamos dañando. Ingenieros que puedan desarrollar tecnologías limpias y sencillas imitando la sabiduría de la naturaleza… Artistas e intelectuales que puedan crear historias e imágenes que simbolicen una nueva cultura centrada en la vida y enraizada en la tierra. Sabemos que necesitaremos buenos ciudadanos y ciudadanas comprometidos con una ética del cuidado, que amen profundamente el planeta, que sepan cuidarlo, respetarlo, y en armonía con las todas las formas de vida humanas, no humanas y más que humanas.
Hablas de la necesidad de “renaturalizar” las escuelas, ¿acaso no tendríamos que empezar por renaturalizar las ciudades? Muchas escuelas no tienen siquiera un espacio verde cerca…
Desde luego. Y cada vez son más los ayuntamientos conscientes de esta necesidad, de la estrecha relación que existe entre el cuidado y la renaturalización de sus espacios y la salud y el bienestar de sus ciudadanos. Las familias y las escuelas pueden apoyar este impulso saliendo con frecuencia a los entornos verdes cercanos, reivindicando que se renaturalicen más espacios, ocupando solares abandonados para transformarlos en huertos y jardines gestionados por las propias comunidades educativas y vecinales, como ya es el caso en varios lugares. Además, al transformar los patios de cemento y hormigón en áreas donde se puede jugar con agua y tierra, en bosquecillos y vergeles, estamos dotando a las ciudades de nuevos espacios verdes, lo que redunda en beneficio de todos.
Se habla mucho de huertos escolares y de escuelas-bosque, pero la dura realidad siguen siendo los patios de recreo de hormigón y las dificultades con las que se encuentran padres y profesores. ¿Están realmente cambiando las cosas?
Yo diría que sí. El movimiento es imparable. En los últimos seis años, la semilla se ha extendido por todo el territorio y ya son cientos, por no decir miles de escuelas las que están implicadas en procesos de transformación de sus espacios exteriores. Hasta ese momento, la mayoría de las personas veían el cemento y el vacío como algo “normal”. Las maestras no los utilizaban más que par la media hora de rigor. Siempre con muchos conflictos ya sea por cuestiones de género o simplemente de convivencia, al no haber sido pensados ni trabajados desde el punto de vista educativo. Los arquitectos no tenían datos sobre los patios. Y, sin embargo, es frecuente que ocupen entre un 40 y un 60% de la superficie de las escuelas. Y si tienen algún elemento natural, árboles o incluso una pequeña charca, suele esta cerrada, inaccesible para los alumnos. Todo esto está cambiando gracias al enorme trabajo de sensibilización que estamos haciendo muchas personas. Como Carme i Pitu, dos maestros jubilados que desarrollan el proyecto Safareig y han recorrido y asesorado a centenares de centros. El interés es enorme. En un taller reciente que impartí sobre el tema en Alicante, para 80 personas, había 200 inscritos…
Háblanos de la influencia de Richard Louv y Quing Li en tu trabajo, del vínculo entre el bosque y la infancia, de tu experiencia personal en Madreselva…
Yo acompañaba a niños y niñas en esa escuela en el bosque, que estaba en la Vera cacereña, cuando escuché hablar Richard Louv. Cuando lo leí fue como si todas las piezas del puzzle encajaran y es una gran noticia que Los últimos niños en el bosque (Capitán Swing) haya sido publicado finalmente en España. Fue una gran inspiración para mí. No solo es un gran profesional del periodismo, serio y riguroso, con una sólida formación en muchos otros campos. También es una persona muy comprometida. Con Quing Li estuve en contacto hace tres años en Japón, cuando visité por todo el territorio varias áreas preparadas para practicar lo que los japoneses llaman Shinrin-Yoku, baños de bosque. Nadie transmite como él hasta que punto nuestra vida, nuestra salud y nuestro bienestar depende de los árboles. Creo que es un sentimiento muy vivo en ese país, debido a su historia: hace varios siglos los japoneses estuvieron a punto de perder toda su masa forestal, de convertirse en un desierto, como sucedió en la isla de Pascua. Pero fueron capaces de rectificar y ahora tienen algunos de los bosques más bellos del mundo.
Recalcas también la necesidad del contacto “cotidiano” del niño con la naturaleza, más allá de las “escapadas” periódicas al campo
Según los estudios, el vínculo entre el ser humano y la naturaleza se establece y se fortalece en una relación sostenida, cotidiana, continua. Esto no disminuye el valor de las salidas semanales, mensuales o incluso trimestrales, que también son muy beneficiosas. Pero si piensas en cualquier otra relación, con un amigo o con un familiar, es fundamental vivir la cotidianeidad, al menos durante un tiempo, para que se establezca ese vínculo. Cuando dos personas se aman, desean estar juntas, especialmente al principio. Después, a lo largo de los años, si ese lazo está fuerte, podrá soportar cualquier separación. La infancia es la etapa de la vida del ser humano en la que se construye su vínculo con el entorno natural. Por eso es fundamental que transformemos los entornos familiares, escolares y urbanos, para que niños, niñas y jóvenes puedan crecer en el amor por la tierra. También para que puedan estar sanos y vivir plenamente su infancia. Yo diría que es un derecho fundamental de toda criatura humana: cultivar una relación de cuidado y afecto no con su familia humana, sino también con su familia no humana o más que humana.
Naturaleza y Tecnología ¿hasta qué punto son incompatibles? ¿Cómo puede un niño recuperar el asombro ante la naturaleza en la era de Snapchat?
Efectivamente hay mucho debate entre los especialistas. Y es un tema que me preocupa porque muchas familias están desbordadas, se sienten impotentes. Hace unos meses, durante un taller sobre este asunto, hubo un largo silencio a la pregunta: como os relacionáis con la tecnología. Después la gente empezó a decir que se sentía culpable, frustrada…En lo que casi todos estamos de acuerdo en que necesitamos un equilibrio. Y es probable que, en los primeros años de la vida, menos tecnología sea sinónimo de mayor salud y mejor desarrollo. Después, se puede ir introduciendo, pero siempre con criterio. Pensando en satisfacer primero necesidades más fundamentales como el juego espontáneo en la naturaleza. Un criterio básico para equilibrar naturaleza y tecnología es observar si esta última contribuye a ampliar o a reducir nuestra vida. En este último caso, es mejor intervenir lo antes posible. Y siempre, plantearnos las necesidades que tenemos.Utilizar los aparatos con consciencia, sin perder el control, sin dejar que ellos nos usen a nosotros, en lugar de nosotros a ellos. Esto sirve para cualquier edad, y los adultos, al ser más maduros, tenemos que dar ejemplo. Aunque admito que es muy difícil porque las pantallas son extremadamente adictivas.
Dedicaste un libro a la hipeactividad y el déficit de atención (¡Estate quieto y atiende!, editorial Herder).¿Hasta qué punto son una respuesta al “deficit de naturaleza” y a la vida antinatural en la que embarcamos a los niños hoy en día?
Los problemas de atención y excesivo movimiento de los niños y niñas están directamente relacionados con el déficit de naturaleza y los estilos de vida acelerados que tenemos. Esto lo sabemos porque cuando les damos la oportunidad de conectarse con la tierra y sus ritmos, de desacelerar, de abrirse a la estimulación suave y no invasiva que proporciona el mundo natural, ese tipo de síntomas desaparecen o se reducen bastante. También cuando creamos entornos escolares y urbanos donde niños y niñas pueden satisfacer sus necesidades naturales de movimiento, algo a lo que no se le suele dar importancia y, sin embargo, es fundamental para el desarrollo orgánico y neurológico, también para la regulación emocional. Siempre digo que la educación y la atención a la infancia es una gran oportunidad para nosotras. Las dificultades de niños, niñas y jóvenes nos están indicando que necesitamos un cambio de rumbo. Construir una sociedad más amable, más humana, más lenta… y más conectada con el mundo natural.
Háblanos finalmente del libro que tienes entre manos, de la Naturaleza como maestra para recuperar nuestra propia condición y ahondar en la naturaleza humana…
En los últimos diez u once años, he tenido oportunidad de recoger centenares de recuerdos de infancia, en diferentes países, con distintos orígenes sociales, géneros, profesiones… Cuando pregunto a las personas que vienen a mis talleres qué es lo que les aportó la naturaleza cuando eran niños y niñas, y qué es lo que les aporta ahora, la mayoría me dicen que les ayudó y les ayuda a conectarse consigo mismas. Muchas veces me he preguntado dónde estamos cuando no estamos con nosotras mismas. Pero, estemos donde estemos, creo que este retorno, este reencuentro con nosotras mismas es una de las principales enseñanzas del mundo natural. Y es fundamental para la educación. Porque ser una misma, conocerte, saber cuáles son tus deseos y necesidades, también tus límites o tus capacidades, aceptarte y valorarte en tu justa medida, es la base para poder crecer y aprender. Además, en esos recuerdos, se ve cómo la naturaleza acerca a las personas. Alimenta nuestro sentimiento de pertenencia a un grupo, estrecha nuestros lazos y estimula nuestra capacidad de ser solidarios. De modo que puede ayudarnos a recuperar valores que son esenciales para nuestra supervivencia.
Cómo explicamos a los niños el cambio climático
“Hasta los doce o catorce años, los niños y niñas aprenden principalmente a través de actividades y experiencias concretas. Por tanto, es mejor no hacer demasiados discursos y empezar apoyándose en sus propias vivencias. Hoy, las consecuencias del calentamiento global son tan evidentes que no es difícil encontrar hechos palpables y concretos, ya sea en el aumento de las temperaturas y la frecuencia de las olas de calor (de los que ellos mismos pueden hacer registros) o la pérdida de biodiversidad y el estado de desequilibrio en el quese encuentran la mayor parte de los ecosistemas (que también pueden constatar si les llevamos a entornos naturales). Por lo que se refiere a la contaminación, la mayoría de los niños y niñas urbanistas, desgraciadamente, la sienten y la padecen. Los estudios demuestran que afecta a su salud respiratoria, a su capacidad de atención, su memoria e incluso su estado de ánimo y su comportamiento. De modo que tampoco es difícil encontrar indicios de estas evidencias en su propia vida o en la de personas cercanas, para que puedan darse cuenta y reflexionar sobre ello”.
Si hacemos un repaso al estado del planeta, es fácil caer en el alarmismo. ¿Hasta qué punto conviene transmitir ese mensaje de urgencia a los niños?
“Lo más es importante es acompañarles en el desarrollo de su conciencia ecológica, partiendo de los sentimientos de amor y cuidado al planeta con los que todo niño y toda niña vienen al mundo. Si les ofrecemos entornos adecuados donde puedan estar en contacto con la naturaleza cada día, desarrollar su sensorialidad, su capacidad de movimiento, observar, explorar, descubrir, arriesgarse, correr aventuras y vivir experiencias mágicas, estaremos contribuyendo a fortalecer su vínculo, a ampliar su capacidad de empatizar con las demás formas de vida, de percibirlas como compañeras de viaje e incluso como parte de ellos mismos. Con el tiempo, integrarán y defenderán estos valores que habrán vivido y practicado: sentirán la tierra como una extensión de ellos mismos, la cuidarán y la defenderán. Si cargamos las tintas en la culpa por lo que nuestra especie está haciendo al planeta y el miedo a las previsibles consecuencias desastrosas para nosotros, les transmitiremos esos sentimientos, además de una sensación de impotencia, y tenderán a evitar la cuestión para no sentirlos. Hay que favorecer en ellos el amor al planeta, antes de pedirles que lo salven.”
Fuente: elcorreodelsol.com
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