Facebook llegará a conocer todos los libros, todas las películas, todas las canciones que usted, lector de estas líneas, haya consumido en su vida, larga o corta. La información de la que dispone la empresa informática servirá para deducir a qué bar irá usted cuando llegue a una ciudad extraña, un bar en el que el camarero ya tendrá preparada su bebida favorita. Ello lo pronostica el creador y director ejecutivo de Facebook, Mark Zuckerberg, una de las personas más ricas del mundo, que la fundó en 2004. El presidente ejecutivo de Google, Eric Schmidt, no se queda atrás: “Si nos dais más información de vosotros mismos, de vuestros amigos, podemos mejorar la calidad de nuestras búsquedas. No nos hace falta que tecleéis nada. Sabemos dónde estáis, sabemos dónde habéis estado. Podemos saber más o menos qué estáis pensando”.
Ha nacido el capitalismo de la vigilancia. El 1984 de Orwell se queda antiguo.
Es como si un tiburón hubiera estado nadando silenciosamente en círculos bajo el agua del mar, justo debajo de la superficie en la que se estaba desarrollando la aburrida vida cotidiana, y hubiese saltado de repente con su piel reluciente, por fin a la vista de todos, para hacerse con un buen bocado de carne fresca. Con el tiempo ese tiburón ha revelado ser una nueva variante del capitalismo, desconocida hasta hace muy poco, una variante que se multiplica con extraordinaria rapidez y que se ha fijado el dominio como meta, la hegemonía respecto a otros capitalismos (comercial, industrial, financiero…), a través del conocimiento y monetización de nuestra pequeña existencia. Una forma de capitalismo sin precedentes se ha abierto paso a codazos, casi sin previo aviso, para entrar en la historia.
El capitalismo de la vigilancia es, según lo define Shoshana Zuboff, profesora emérita de la Harvard Business School y autora del monumental libro La era del capitalismo de la vigilancia, la reivindicación unilateral, por parte de un selecto grupo de empresas provenientes de Silicon Valley, de la experiencia humana privada como materia prima para su traducción en datos. Estos datos son computados y empaquetados (del mismo modo que las célebres hipotecas subprime, origen de la Gran Recesión del año 2008) como productos de predicción y vendidos en los mercados de futuros de los comportamientos de la gente. Los servicios online gratuitos, las app que no cuestan nada, solo son un cebo, no un regalo que hacen media docena de empresas magnánimas creadas por jóvenes emprendedores, casi todos estadounidenses, divertidos y simpáticos, en nada parecidos a los grandes magnates encorbatados del pasado que posaban fumando un habano.
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A través de estos servicios digitales básicos comienza la extracción de datos de la vida de cada uno de los ciudadanos que utilizan Internet, la acumulación de sus comportamientos (cómo se visten, qué películas ven, qué comida engullen, los libros que leen, el deporte que practican, si son activos o jubilados…), que serán horneados para poner en bandeja un festín de predicciones listas para ser transformadas en dólares. Muchos de esos ciudadanos, desconocedores de esta realidad escondida, felices con la innovación tecnológica que hace sus vidas más cómodas, han abierto sin darse cuenta las puertas de sus casas y sus refugios más íntimos a estos monopolios que succionan nuestra información y con ella moldean nuestro futuro. El filósofo alemán de origen coreano Byung-Chul Han lo resume en esta certera frase: “Pienso que estoy leyendo un ebook, pero en realidad es el ebook el que me lee a mí”.
¿Le dice usted a su cónyuge que hoy le apetece comer paquetitos de pato crujiente con salsa hoisin y poco después, casi instantáneamente, aparecen en su teléfono móvil diversos mensajes de restaurantes chinos que se los pueden proporcionar?, ¿organiza el viaje familiar anual a San Petersburgo y Moscú, y le llueven las ofertas sobre el viaje, alojamiento y compras que puede hacer?, ¿mira en el ordenador, en la tableta o en el móvil un anuncio de camisas vaqueras que le gustan y la publicidad de las páginas web que visita habitualmente se llena de pantalones, parkas, gorras, zapatillas del mismo estilo? Este es el resultado del capitalismo de la vigilancia. Evgeny Morozov, un ensayista bielorruso experto en tecnología, que ha escrito una larguísima (y a veces despiadada) crítica al libro de Zuboff que a su vez es casi otro libro (Los nuevos ropajes del capitalismo), dice en ella: se nos está engañando por partida doble; en primer lugar, cuando hacemos entrega de nuestros datos a cambio de unos servicios relativamente triviales y, en segundo lugar, cuando esos datos después son utilizados para personalizar y estructurar nuestro mundo de una manera que no es transparente ni deseable. Se pierde cualquier atisbo de soberanía personal.
La nueva tiranía no necesita golpes de Estado. Se basa en nuestra gran dependencia de la tecnología
La experiencia humana como materia prima gratuita para una serie de prácticas comerciales la mayoría de las veces ocultas de extracción, predicción y ventas. Este es el nuevo y creciente capitalismo de la vigilancia, que plantea enormes contradicciones a la “democracia de mercado” en la que estábamos instalados. ¿Qué supondrá este cambio fundamental para nosotros, para nuestros descendientes, para nuestras imperfectas democracias, para “la posibilidad misma de que exista un futuro humano en un mundo digital”? (Zuboff). Para desarrollar esas antinomias, la autora se apoya en el concepto de “tiranía” utilizado por Hannah Arendt; la tiranía como perversión del igualitarismo, porque trata a todos los demás como seres igualmente insignificantes: “El tirano manda según su voluntad e interés propio (…) como uno contra todos, y los todos a los que oprime son todos iguales, es decir, carecen de poder”. La tiranía del capitalismo de la vigilancia no requiere de golpes de Estado clásicos, ni del látigo del déspota, ni de los campos de exterminio nazis, ni de los desaparecidos, ni de los gulags del totalitarismo. Es una especie de golpe incruento, aparentemente indoloro y parasitario, pero que llega al fondo de lo que pretende, la dependencia masiva de las obsesiones que nos inyecta.
Este es un libro importante. La era del capitalismo de la vigilancia es un texto multifacético. Es de economía conductista, pero también de psicología, de tecnología o —esencialmente— de pensamiento político. Tiene que encontrar sus lectores en los intersticios de esas profesiones y no ser marginado por los científicos sociales acostumbrados a las disciplinas unipolares. Es una intensa llamada de atención a la posibilidad de un golpe de Estado desde arriba y permanente, no como un derrocamiento puntual del Estado, sino más bien como un sumidero de la soberanía personal (y por acumulación, del conjunto de la ciudadanía) y como una fuerza muy poderosa en la peligrosa deriva hacia la “desconsolidación” y la falta de calidad de la democracia, que actualmente amenaza a los sistemas políticos liberales. Sus actividades representan un desafío al elemental derecho al tiempo que tenemos por delante, que comprende la capacidad del ciudadano de imaginar, pretender, prometer y construir un futuro.
La era del capitalismo de la vigilancia. Shoshana Zuboff. Traducción de Albino Santos. Paidós, 2020. 910 páginas. 38 euros. Se publica el 29 de septiembre.
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